El viaje
“aprender
a escribir en viaje, escritora errante que le dicen. Errante o errabunda.”
María Valenzuela
Escritora errante,
cuando llegar no es Buenos Aires, no
es río nunca más de plata pero río, cuando llegar es más bien Mar Caribe y la última
península de Cuba para arribar a la otra que está allí enfrente, sirena
seductora para los que buscan una tierra que no encuentran en la suya.
Escritora errante,
cuando el viaje es llegar y no partir de donde quiero adonde quisiera y
no, no quiero, porque querer es algo más que la voluntad en acto, querer es el
deseo oculto tras la máscara de quienes realmente somos.
Y no pienso mucho al escribir, así
todo fluye y se marea, navega en ese mar de palabras hasta que pesque alguna
que sirva de almuerzo, de cena, o de tumba. Eso. Palabras que sirvan de tumba. El
ejercicio de la escritura-pesca, donde echo las redes al agua en espera de la
palabra alimento, la palabra vida, la palabra sangre que me devuelva algo de lo
que perdí.
Y por una vez hablo de mí, sin camuflaje.
Escritora errante,
porque vago por la vida sin un algo
a qué aferrarme, si no es la escritura, ese lugar de refugio que siempre ha
estado, pero que viaja conmigo adonde lo lleve.
A New York por ejemplo, a esa ciudad mágica que esconde tantas otras
pero no perdona.
Escritura errante,
o errabunda, porque va y viene sin
mucha idea de adónde se quiere quedar sino en mí, porque mi destino son las
palabras, esas que suenan dentro y fuera de mí, esas que escribo para no morir
en el intento. Y gracias, gracias a Dios que no fui psicóloga, porque así las
palabras las hubieran tendido los otros, y a mí me hubiera tocado analizarlas,
y no, yo no quiero hacer eso con las palabras. Yo quiero amarlas, cuidarlas,
como a las plantas que crecen de semilla, acariciarlas y echarles agua de vez
en cuando a ver si echan flor.
Escritura errante
porque viaja si yo viajo y si no,
aquí se queda, siempre en la misma condición: el uso y abuso considerado de las
palabras, no en la voz, que nunca es sincera, sino en la página, donde con un lápiz
dibujo las endechas más conciliadoras, porque hay que conciliar la eterna lucha
de la razón y el corazón que sin razones comprende y Machado me sopla pero no
me acuerdo. En mi mente no caben ahora más que las palabras que están en la
red, y si no las uso pronto acabarán secándose al sol. Y es una lástima echar
al mar peces muertos. Más vale prever las cosas antes de que sea demasiado
tarde.
Escritora errante de escritura
errabunda
porque todo viaje implica una
muerte, algo que se deja y algo a lo que se llega. Y ahí están las palabras que
sirven de tumba, porque en ellas voy guardando todo lo que quedó, lo que ya no
es, los muertos, recuerdos o no pero ya nunca más hoy. Y esas palabras los
guardan en páginas abovedadas o terrosas, pero ellas mismas les quitan la posibilidad
de volver a ser, de resucitar de entre los muertos verdaderos. Palabras tumba
de lo que ya no es, de lo que quedó allá, detrás del viaje.
Mercedes Soledad Moresco
30 de enero de 2004
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